En el capítulo XXXVI del primer libro de sus Essais, discurriendo acerca “De la costumbre de vestir”, escribe Michel de Montaigne (1533-1592):
“Pensaba, en esta fría estación, si la usanza de esas naciones últimamente descubiertas, de ir completamente desnudos, es usanza obligada por la cálida temperatura del aire, como decimos de los indios o de los moros, o si es original en el hombre.
Las gentes de juicio, puesto que todo lo que hay bajo la capa del cielo, como dice la palabra santa[1] , está sujeto a las mismas leyes, acostumbran, en ocasiones como ésta en la que han de distinguir entre las leyes naturales y las adquiridas, a recurrir al sistema general del mundo, en el que nada falso puede haber. Y estando todo lo demás rigurosamente provisto de red y de aguja para mantener el ser, es ciertamente increíble que sólo nosotros hayamos sido creados en estado defectuoso e indigente y en estado tal que no podamos mantenernos sin ayuda ajena. Por ello, sostengo que, al igual que las plantas, los árboles, los animales y todo lo que vive, está equipado por la Naturaleza con cobertura suficiente para defenderse de la inclemencia del tiempo,
Proptereaque fere res omnes aut corio sunt, (latin)
Por esta cuenta, u ocultar todos los métodos para adquirir un
Aut seta, aut conchis, aut callo, aut cortice tectae (latin)
O la cerda, o la perla, o el callo o la corteza, cubierto de paja con
así estábamos nosotros; mas como aquellos que apagan la luz del día con luz artificial, hemos apagado nuestros propios medios con medios prestados. Y es fácil ver que sólo la costumbre nos hace imposible lo que no lo es; pues entre esas naciones que no conocen el vestir, hay algunas asentadas más o menos bajo el mismo cielo que nosotros; y además la parte más delicada de nuestra persona es la que llevamos siempre descubierta: los ojos, la boca, la nariz, las orejas, y nuestros campesinos, como nuestros ancestros, el pecho y la tripa. Si hubiéramos nacido necesitados de refajos y de calzas, no hay duda de que la Naturaleza habría armado con piel más espesa lo que hubiese entregado a los azotes de las estaciones, como ha hecho con la punta de los dedos y la planta de los pies".
[1] Eclesiástico, IX.
[2] Y que así casi todos los seres están cubiertos de piel,/ o de pelo, o de conchas, o de corteza, o de callo (Lucrecio, IV, 936).
https://averhora.blogspot.com/2020/08/michel-de-montaigne-se-pregunta-si-el.html
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