Nos abrimos a todo lo que conlleva una relación íntima; no solo al sexo, sino a todo.
Cuando mi pareja me ve desnuda, ve más que mi piel.
Ve cosas en mí de las que yo no soy consciente, cosas a las que estoy ciega; quizá ni siquiera sea consciente de lo que ve y siente en mí, pero todo está ahí gracias al don de la vulnerabilidad y la apertura.
Al compartir estos dos dones, experimentamos algo más profundo, una intimidad del alma y del cuerpo.
Nunca me he dado el don de la apertura o la vulnerabilidad para entrar en una relación íntima conmigo misma, con todo lo que soy.
Estar desnuda era una cuestión de darme a mí misma los dones de la vulnerabilidad y la apertura.
Y de alguna manera, en el proceso, encontré dentro de mí un camino de regreso a mi alma.
En esos momentos de vulnerabilidad, la intimidad de la mente y el alma me llevaron naturalmente de regreso a la fuente original de toda la vida que habitaba dentro de mí, como lo hace dentro de cada uno de nosotros.
La desnudez me permitió participar en una relación íntima con la santidad.
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