Aunque los niños ya han
empezado el "cole", los que vivimos en la costa tenemos la suerte de
poder aprovechar estos últimos días del verano en la playa, y con apenas
turistas. Eso hicimos hace unos días por la tarde con los niños, llevándoles a
una nueva playa que nos había aconsejado una buena amiga. Es un sitio muy especial.
Y lo es no sólo porque esa perdida cala tiene unas vistas preciosas, unas aguas
aterciopeladas y genera unas magníficas vibraciones para el que la visita, sino
porque se respira un ambiente de respeto y
de civismo, que no es fácil percibir en otros sitios. A pesar de que siempre
hay gente, allí nunca queda ni un solo papel en la arena, nadie molesta con su
música o con la pelota al vecino, y se respira un ambiente contagioso de
tolerancia. Especialmente porque buena parte de los bañistas van desnudos.
Yo nunca he practicado el naturismo
o el nudismo. Y siempre que, por casualidad, hemos entrado en una playa
nudista, me he sentido presionado o mal visto por los demás, al no ser
"practicante". Y no podía evitar sentirme violento. Sin embargo, en
este sitio el clima es distinto: quien desea desnudarse genial, y el que no,
también.
Avisamos a nuestros hijos de la
condición naturista de la playa, para que no les chocara la situación. Y no
dejé de observar sus reacciones ante la novedad. Notaba en ellos la curiosidad
por el hecho de jugar y bañarse desnudos, pero a pesar de su espontaneidad,
veía cómo la presión de "lo habitual", del "qué dirán" o
del "seguro que me están mirando" era muy superior. Poco a poco, y
cada uno a su ritmo, los tres decidieron desnudarse y bañarse como vinieron al
mundo, con un regocijo absoluto. Pero al cabo del rato, decidieron ponerse de
nuevo su bañador. Ni ellos mismos entendían por qué se sentían
"raros". Yo les expliqué que, a fin de cuentas, el ir vestidos es un
convencionalismo y un convenio social. Algo totalmente relativo, y que podría
cambiarse. Que nosotros venimos desnudos al mundo, y que hay razas y tribus que
están desnudos siempre, y otras, por contra, que se tapan hasta la cara. Y les
animé a que vivieran la experiencia como un desafío a la presión que todos,
absolutamente todos, hemos sentido por el "qué dirán", por lo que
está bien o mal, por lo que es correcto o no socialmente... A fin de cuentas,
un pequeño ejercicio para ellos de hasta qué punto dejamos de ser libres por la
presión del grupo. No pude evitar acordarme del cuento del elefante encadenado, de Bucay, por su similitud, en
cuanto a las cadenas que nos oprimen, casi sin quererlo, y que probablemente
nos tienen paralizados ante tantas injusticias actuales, sólo por la costumbre
de "lo habitual".
Eso fue lo que vivieron mis hijos, y cómo les removió la anécdota a ellos.
Pero quizás deba añadir cómo lo viví yo. Mi mujer y yo habíamos visitado la
playa solos unas semanas antes, y rápidamente nos envolvió ese entorno de
respeto al que me refería antes. Jamás se me había ocurrido desnudarme en
público. Y no creo que me vaya a convertir al "naturismo radical y permanente".
Pero ese respeto, esa sensación de que a fin de cuentas todos somos iguales,
todos tenemos lo mismo, y que lo único que nos separa es lo que creamos con
nuestra mente, me hizo cambiar de postura. Además, en el estado actual en el
que vivimos de cambios tan profundos a todos los niveles, creo que resulta muy
interesante explorar nuevos caminos y cómo reaccionamos ante ellos. No pude
evitar pensar que, en la sociedad, si hubiera ese respeto, esa sensación de que
todos somos iguales, de que todos tenemos lo mismo, pensemos como pensemos, o
hayamos votado a quien hayamos votado, nos iría mucho mejor. Creo que, tengamos
la ideología que tengamos, si decidiéramos ser tolerantes en nuestras
diferencias, sin mirarnos por encima del hombro, tan sólo rigiéndonos por los
PRINCIPIOS (que es lo que más nos une), sin duda, TODOS actuaríamos al unísono
contra las injusticias actuales. Pero no podemos evitar mirar al de al lado, y
pensar o decir: "¿cómo voy a ir de la mano de este/a que de derechas o
izquierdas?"
Yo decidí desnudarme. Ya lo he hecho varios días. Y la sensación fue
maravillosa. Y no sólo por el pleno contacto con la naturaleza, el sol, el mar,
el viento...Sino porque sentía que derrumbaba en mi interior muros de miedo al
"qué dirán" y programaciones que, desde pequeñitos, todos
incorporamos a nuestra mente. Estaría genial que todos nos denudáramos un
poco de nuestras ideologías, que no tuviéramos miedo a alzar juntos la voz
si la causa es justa, que no nos asustara lo que hayamos votado, creído o
decidido antes...Pero para ello tendremos que crear ese ambiente de respeto y
tolerancia, respetando al de al lado, no mofarnos de sus diferencias, de lo que
piensa o ha votado, e ir codo con codo con él para superar las divisiones con
las que, desde arriba, nos manipulan.
¿Te animas a desnudarte de tu ideología o prejuicios? Yo no te voy a
mirar siquiera. Pero anímate a sentir esa libertad, que supera diferencias que
sólo existen en nuestras mentes...
www.familiade3hijos.blogspot.com
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