La aguerrida Sofía Acalantide relata su experiencia en un paseo nudista a Melgar.
Debe
ser cierto eso de que el hombre -y la mujer- es un animal de costumbres, porque hoy, después de tres días sin usar ninguna prenda de vestir, la
ropa me pesa, me incomoda, me estorba. ¡Fue tan sencillo habituarme a estar sin
ella! Como si un vestigio ancestral permaneciera en mí y me
recordara que no llegamos al mundo con vestidos, que ese no es más que otro
invento innecesario cuando no hace frío, uno del que fácilmente podemos
prescindir.
La oportunidad de dicha epifanía tuvo lugar durante el VII Paseo Nudista del grupo
Naturismo Bogotá, realizado
entre el 12 y el 15 de octubre, en una finca entre Melgar y Girardot.
El grupo partió hacia las 8:00 p.m. del viernes, pero
yo sólo pude salir de Bogotá el sábado siguiente al medio día, junto con otras
personas que tampoco pudieron irse la noche anterior. El viaje fue más largo de
lo previsto, porque la intensa lluvia congestionó la carretera. Con mapa en mano (se buscan fincas aisladas que permitan practicar
el nudismo sin ojos curiosos) por fin llegamos al lugar, hacia las 6:00 p.m.,
justo para la cena.
La finca es hermosa: con capacidad para más de 20
personas, aunque en esta oportunidad sólo éramos 10. Me cuentan, sin embargo,
que ha sido necesario cambiar de destino
varias veces, pues los propietarios temen que sus fincas sean identificadas
como sitios "sexuales", lo que no es más que mero desconocimiento de
lo que realmente sucede en estos paseos, que pretenden justamente vivir la
desnudez con naturalidad, quitándole
la connotación sexual y haciendo más bien énfasis en la relación con la
naturaleza. ¡Si supieran cuánto sexo hay en un paseo "normal" (para
los que sí alquilan sus casas dichosos) y qué tan poco en uno nudista!
Al llegar, saludamos a las personas presentes (que ya
llevaban un día entero de total desnudez), quienes aguardaron en la mesa ya
lista a que nos acomodáramos en nuestras habitaciones. Los organizadores,
además de alquilar el lugar, se encargan de contratar una persona que compra y
prepara los alimentos, de manera que lo único por lo que tenemos que
preocuparnos es por descansar y pasarla bien.
Esta persona y quien administra
la finca son las únicas vestidas, pero a ellas se les ha advertido la
naturaleza del paseo, así que nuestra desnudez no las inmuta. Sin embargo,
sus ojos son esquivos, y no puedo dejar de preguntarme ¿qué pensarán de
nosotros? ¿qué comentarios harán con sus familiares o amigos?
Una vez instalada, llegó el momento que todos tenemos la primera vez:
quitarse la ropa. Lo hice rápidamente, sin pensarlo dos veces, no fuera
que pudiera arrepentirme. Ya estaba allí y a eso iba, por difícil que pareciera
en ese instante. Entre las indicaciones que nos enviaron previamente se
anunciaba: "Una erección es natural, presumir de ella es censurable".
Las mujeres no tenemos ese problema, pero
efectivamente el amigo que me acompañaba tuvo una, y fue
necesario esperar un buen rato, pensar en otras cosas, hacer chistes y ayudarse
de agua fría antes de bajar: él no quería causar esa primera impresión! Entre las
indicaciones previas figura también empacar sábanas, una toalla pequeña para
sentarnos -que debemos llevar a todas partes- y mucho repelente.
Llegamos al comedor de la terraza donde nos esperaban. Mentiría si les digo que no me sentía un poco nerviosa, pero en
pocos minutos olvidé que estaba desnuda, porque el ambiente no era muy distinto al de cualquier paseo con un
grupo de amigos. Comimos, conversamos de nuestras motivaciones para estar
ahí y más tarde bajamos a la piscina. Nadamos, jugamos con los balones y nos
reímos hasta las dos de la mañana, cuando los últimos que quedábamos de pie nos
sentimos ya muy cansados nos retiramos a dormir.
Muy a las 7:00 a.m. se anunció
la sesión de Yoga. Me di
licencia para dormir "5 minuticos más" y cuando abrí los ojos de
nuevo ya había pasado más de una hora, así que me perdí esa actividad. Sin
embargo, esa laxitud me gustó: si bien el grupo es nudo -
naturista, se respetan las diferencias. Hay integrantes muy naturistas (deportistas, vegetarianos, que no
fuman ni beben alcohol) y otros menos estrictos con tales prácticas, pero se
respeta la elección de cada quien: así que quien quiere hacer yoga lo hace,
quien no, no tiene por qué.
Desayunamos hacia las 9:00 a.m. y luego nos dispusimos
a tomar el sol. Al cabo de los tres días, el
bronceado es perfecto y parejo, sin los odiosos parches blancos del bikini. No existe
una agenda programada, si bien estábamos allí como grupo, cada persona podía
invertir su tiempo como lo deseara: mientras algunos jugaban ajedrez, otros
nadaban, unos leían y algunos más conversaban acostados alrededor de la
piscina.
Luego de almorzar, cuando el sol hubo bajado un poco,
se dispuso una caminata por terrenos que hacían parte de la finca. Nos armamos de cachucha y tennis y nos fuimos a caminar. Se puede
haber subido muchas veces por una montaña, pero nunca así: sintiendo el sudor
bajar por el cuerpo, con la brisa acariciando cada poro y las piernas rozando
las plantas que crecen por el sendero. El paisaje
era maravilloso y me sentí parte de él.
Esa noche jugamos cartas hasta la madrugada y quienes
quisimos tomamos algunos tragos de ron. El lunes en la mañana el grupo con el
que había llegado (incluido mi amigo) tuvo que regresar a Bogotá. Yo decidí quedarme hasta el final y aprovechar
el resplandeciente sol que hacía.
En la tarde me tomé un tiempo para escribir algunas de
estas notas en la hamaca, para abstraerme del escenario que estaba disfrutando
y observarlo un rato sin participar en él: ¿podría trazar un perfil de las personas asistentes? Le di vueltas
mucho rato y no, no pude.
Éramos demasiado diferentes y tal vez lo único que
tengamos en común sea este gusto por la desnudez.Había un hombre mayor, de 69
años, una pareja de profesores, un exitoso arquitecto, una pareja de deportistas,
un par de ingenieros, un integrante del grupo que viaja desde Barranquilla cada
vez que hay paseo... esta vez,
por diversos motivos, faltaban otros asiduos asistentes a los paseos (el
gestor de las caminatas nudistas por los cerros de Bogotá, una pareja que
practica Tantra, la hermana de una de las mujeres, y otros).
Nos miro y veo que tenemos ideas diferentes de lo que
significa ser feliz y estilos de vida muy disímiles, pero somos capaces de
estar juntos, en paz, y disfrutarlo. Descubro que, desnudos, buena parte de las diferencias se borran y la única
herramienta con la que se cuenta para mostrar quién se es son las ideas: no importa dónde vives, quiénes son tus familiares o
amigos, a qué bares vas, qué ropa o joyas usas ni qué cargo tienes. Podemos
compartir nuestra desnudez sin que nadie se sienta agredido física o
simbólicamente. Termino pensando que,
finalmente, eso es el naturismo.
El carro llega a recogernos sobre las 4:30 p.m. y es momento de "regresar al mundo textil" -como se dice en ese contexto-, lo cual, a esas alturas, resulta más difícil que el momento inicial de quitarse la ropa, la cual coincidimos en descubrir como absolutamente inoficiosa con ese clima. Los últimos minutos que compartimos allí, vestidos en el salón, ¡nos vemos tan diferentes! Cada quien recobra su máscara. Nos consolamos prometiéndonos el reencuentro en el siguiente paseo y regresamos al mundo real.
El carro llega a recogernos sobre las 4:30 p.m. y es momento de "regresar al mundo textil" -como se dice en ese contexto-, lo cual, a esas alturas, resulta más difícil que el momento inicial de quitarse la ropa, la cual coincidimos en descubrir como absolutamente inoficiosa con ese clima. Los últimos minutos que compartimos allí, vestidos en el salón, ¡nos vemos tan diferentes! Cada quien recobra su máscara. Nos consolamos prometiéndonos el reencuentro en el siguiente paseo y regresamos al mundo real.
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