jueves, 17 de agosto de 2017

ME QUITÉ LA ROPA Y LOS PREJUICIOS PARA PASAR UN DÍA EN CAMPING NUDISTA (ESPAÑA)

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Nudismo. Ya está. Solo con escuchar la palabra es casi inevitable que te hayas imaginado una playa con gente en pelotas, seguramente mayor y sin depilar, a la que le gusta exhibirse y mirar a otros haciendo lo mismo. Pero solo tienes que googlear esta palabra para saber que la concepción que tenemos del naturismo, un movimiento mucho más amplio que el nudismo ‘a secas’, no deja de ser un saco de prejuicios. Para mí, como mujer milenial que cada día intenta no juzgar su cuerpo, sigo siendo incapaz de hacer topless si hay algún miembro de mi familia o algún hombre a quien yo conozca y que no sea mi pareja. Así que, pensé, si tanta gente lo hace, mucho de bueno debe tener y yo quiero saber qué es. Y me fui a buscarlo, esta vez completamente desnuda, a uno de esos centros del respeto por el cuerpo y la naturaleza: un camping naturista.

Después de conducir hora y media desde Barcelona hasta L’Hospitalet de l’Infant (Tarragona) mi pareja y yo (a quién llamaré M. en adelante) llegamos a El Templo del Sol, uno de los nueve campings nudistas que hay actualmente en España y que, según me cuenta Ferràn Pujol, su Director de Comunicación, es de los mejor considerados. Ferràn me espera en la entrada para darme la bienvenida, para mi alivio, vestido. Me explica que allí todos los empleados llevan ropa para evitar malentendidos. Así que M. y yo todavía tenemos algunos minutos de margen para ‘enfrentarnos’ a nuestra desnudez pública y a la preocupación que le genera el pensar que va a pasarse todo el día empalmado. 

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Estos no somos nosotros, pero representa la media de edad en El Templo del Sol.

El camping que, por cierto, está tan a tope de gente que no hay ningún bungalow, caravana ni tienda de campaña libre donde podamos pasar la noche, es la ‘torre de vigilancia’ que cuida de la zona. Lo único que la asociación naturista que protege la playa natural de El Torn y sus alrededores permitió construir con el fin de repeler a los rascacielos y los adosados típicos de las costas españolas. A día de hoy, aproximadamente 2.000 personas llenan este complejo, creado hace 25 años por una pareja francesa enamorada del naturismo y la Costa Dorada, y pasan el verano haciendo barbacoas, bañándose en su piscina panorámica y montando en bici. Lo mismo que tú o yo haríamos en un camping, pero en pelotas.

Parece sencillo, pero pasar unos días en uno de estos oasis de la desnudez no es tan fácil como presentarse allí y pagar. “A todo el que viene por primera vez se le exige el carnet de naturista. Si no lo tiene, no se le dará alojamiento”, me cuenta Ferràn. No es que esto sea un club selecto ni nada por el estilo, sino que se trata de una medida de prevención contra los mirones —una plaga que los naturistas sufren desde siempre y que es casi imposible de eliminar—, personas que asocian los campings y las playas nudistas al sexo fácil y, lo peor de todo, pedófilos y pederastas. “Hay gente que viene a lo que viene y esta es una forma de darle confianza a las familias que se alojan aquí y de tenerlo todo controlado”, añade. Tan controlado que, me advierte Ferràn, no podremos hacer fotos mientras estamos dentro del camping. Los naturistas normalizan el desnudo, pero más de una mala experiencia les ha llevado a ser desconfiados (y con razón).

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Sí. También me quité la parte de abajo del bikini. Os lo recomiendo

Llegó la hora de quitarse la ropa y los prejuicios. La gente nos mira porque no nos conoce y, aunque vayamos desnudos, no llevamos la pulsera que identifica a los que se alojan allí. O porque nos ven observándolo todo con demasiada insistencia. Nos cruzamos con el primer pene y da impresión. Ojeamos a la gente de refilón, para los primerizos es casi imposible pasear por allí sin que te dé tortícolis de tanto disimular. Paseamos por el camping hasta la zona de la piscina y el bar, donde sí se exige taparse o poner toallas en los asientos simplemente por higiene.

Nos resulta curioso descubrir que, aunque todo el mundo que va al Templo del Sol lo hace, es solamente en la piscina donde se exige ir completamente desnudo. Su lema es “estar desnudo, si yo quiero, pero siempre en el respeto a los demás”. Porque, según me cuenta por teléfono Ismael Rodrigo, presidente de la Federación Española de Naturismo (FEN), el naturismo es un movimiento que se basa en el ecologismo y en la libertad individual de los que quieren desnudarse, pero también la de los que no: “Somos un movimiento de Derechos Humanos y el cuerpo humano no es ajeno a la libertad de expresión”. Defienden que, igual que uno puede vestirse como quiera y considerar su atuendo parte de su identidad, elegir la desnudez también lo es y, por tanto, cualquier ley que vaya contra eso, va contra los Derechos Humanos.

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Bajando a la Platja de El Torn

Una vez nos queda un poco claro de qué va todo esto y para acostumbrarnos, nos dirigimos a la playa adyacente de El Torn en busca de personas más jóvenes que nos den su visión del asunto. No puede ser que estén todos en el camping cuando la playa es la mejor solución al calorazo que hace. Y, efectivamente, los encontramos en lo que podríamos llamar su hábitat natural: cerca del bar. Veo a un grupo de chicas hablando en la orilla y decido acercarme. Dos de ellas llevan pulsera del camping, las otras dos no. Descubro que se conocieron hace pocos días en esa misma playa y parece que ya fueran amigas de toda la vida. “Cuando estás desnudo delante de otra gente dejas de tener un estatus social o a cualquier otra etiqueta. Te conviertes en una persona igual a otra y puedes relacionarte de una forma más natural y directa”, apuntaba a este respecto el psicólogo (y también naturista) Raúl Padilla.

Las chicas me confirman que les es muy fácil conocer gente allí pero que no por eso es más fácil ligar ni se montan orgías cada dos por tres. “Aquí se liga lo mismo que en una playa normal, pero la gente es mucho más respetuosa con eso y nadie está examinando tu cuerpo”, asegura Natalia, que se aloja desde hace 15 años en el camping. “Hay menos problemas si no quieres hablar con alguien o simplemente decir ‘no’ porque nadie se ofende”, me explica Alba, una de las chicas que, aunque no se aloja en El Templo del Sol, ha crecido en una familia nudista del pueblo vecino. Mientras tanto, yo no dejo de pensar en que tengo las tetas y el ‘chocho’ al aire y que cualquier movimiento o gesto que haga podría terminar tocándole a alguna un pecho o cualquier ‘roce desafortunado’. Cosa que, para ellas, no supondría ningún problema porque un pecho no es distinto a un brazo.

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Natalia y Alba se bañan tan alegremente en la playa de El Torn.

Es entonces cuando vienen a mi mente las palabras de Rodrigo de que “cuando practicas el nudismo estás haciendo que una mujer en topless no sea distinta a un hombre en topless“. En su opinión, el naturismo nos iguala a todos, desvincula la desnudez del sexo y ayuda a los niños que crecen veraneando en este tipo de sitios a entender que sus cuerpos no tienen nada de malo y que, por tanto, de lo que haya que avergonzarse o esconder. Para confirmar esto hablo con Ana S., una madrileña que ha pasado sus 28 veranos de vida en el camping nudista El Portús, en Murcia. “Mis padres ya iban antes de que yo naciera. Así que para mí siempre ha sido muy normal ver los genitales de mis padres, de hecho no comprendí que no era algo que le pasara a todo el mundo hasta que, de niña, me preguntaron varias veces ‘¿pero tú has visto a tus padres desnudos?’. Y yo contestaba: ‘pues claro, ¿tú no?’ “, me cuenta por teléfono.

Como era de esperar Ana nunca ha tenido problema en contar a los demás que, para lo que la mayoría de gente es ‘su pueblo’, ella pasa sus vacaciones desnuda en un camping, creció sin tener metido en el cerebro que su cuerpo era algo feo, sin torturarse mentalmente por querer tener menos culo o más pecho y sin tener relaciones sexuales con la luz apagada. “Las primeras veces pensaba en si lo estaba haciendo bien o mal, pero nunca he pensado que mi desnudo sea algo feo o no le gusto físicamente al chico”. Eso que nos pasa a casi todas (si a ti no, te envidiamos) por culpa de haber criminalizado nuestros cuerpos y autoexigirnos constantemente mejorarlos. Si no es ideal, mejor apaga la luz o ponte tú encima.

Y es que, según dicen los expertos, en el nudismo no existen los defectos físicos, sino que cada cuerpo es distinto a otro. Ni mejor, ni peor. Sin embargo, mientras M. y yo paseamos por la Playa del Torn no podemos todavía evitar sentirnos cohibidos aunque, eso sí, mucho menos que el camping. Quizás, el tener la posibilidad de que si uno no quiere toparse con miradas de nadie puede evitarlo metiéndose en el agua, nos hace sentir un poco más relajados. Así, mientras nadamos desnudos en el mar (la experiencia más liberadora y placentera del mundo, os lo aseguro) y tomamos el sol rodeados de parejas y grupos de amigos cuya media de edad ronda los 50, recuerdo otra de las cosas que el psicólogo Raúl Padilla me había advertido por teléfono justo el día antes: “Es normal que sientas rechazo cuando, estando desnuda, se te acerca alguien que no conoces. No lo has asimilado y crees que se te acerca con un fin nada claro, pero eso es porque tienes la concepción de ‘textil’, digamos”.

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En el Templo del Sol las personas ni siquiera usan un delantal para cocinar.

Con la tontería y entre un baño y otro, se nos hacen las seis de la tarde y decidimos dar por terminada nuestra ‘excursión’. En ese momento, caigo en que no he visto a M. empalmarse ni una sola vez excepto, según me dice, solo en el agua y “por el hecho de sentirlo todo flotando, es placentero”. Un ‘problema’ menos, para el que Raúl Padilla, quien por cierto me atendió al teléfono en la playa y literalmente “en pelota picá”, tenía una fácil solución: “El reflejo de erección es algo completamente normal incluso estando vestidos y allí nadie se asustará por eso. Dile que cuando vea que un cuerpo desnudo no es una incitación al sexo no tendrá erecciones y lo normalizará”.

No se lo dije, pero ambos tuvimos esa sensación pasada la primera media hora y, ahora que nos vamos, la ropa nos sienta incluso extraña. Al volver a casa me di cuenta de que ese lugar no es casi un paraíso solo por el hecho de conservarse salvaje. Lo que lo hace tan especial es que uno puede realmente sentir que no está siendo juzgado por absolutamente nadie. No sé si la solución a todos nuestros problemas de autoestima sería pasar una temporada en un camping naturista (aunque yo sí lo recomiendo). Lo que sí sé seguro es que, desde que hemos vuelto, no ha pasado una noche en la que M. no duerma desnudo. Yo, de momento, me he pasado al topless. Paso a paso. 

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