Por: Miguel Ángel Vicente de Vera
Hace algunos años, un grupo de nudistas en Quito formó
una asociación donde realizan actividades cotidianas: ir a la piscina, preparar
un asado, organizar una fiesta, conmemorar una fecha especial. El único
requisito es andar en cueros. Crónica en bolas, por Miguel Ángel Vicente de
Vera.
15.05.15 Hoy es la primera vez de Esteban. Resulta fácil
reconocerlo porque es el único en la sauna que lleva algo de ropa: unos
calzoncillos color amarillo fluorescente, para ser exactos. Su indiscreta
erección tampoco le ayuda a pasar desapercibido. “Es normal. Al principio les
cuesta estar desnudos delante de tanta gente, es por eso que nosotros les
guiamos, les informamos y les damos la confianza necesaria”, explica Doris
Montoya, tesorera de la Asociación de
Amigos Nudistas Naturistas Ecuador (Adanne).
Esteban
da un par de vueltas en la zona de vestidores. Está inquieto. Frente a él, un
pequeño grupo de hombres y mujeres bromea mientras se quitan la ropa sin ningún
tipo de pudor. Tras un titubeo, Esteban accede a la zona de baños y se sumerge
en la piscina unos segundos. A escasos metros dos mujeres charlan
amistosamente. Se lo piensa mejor y sale de inmediato. Mantiene esa sonrisa
nerviosa y el bulto en el paquete. Vuelta al punto inicial sin saber bien
adónde ir.
Frente
a él, pasa una mujer de unos 40 años. Recuerda a una venus de Valdivia: pequeña
estatura, caderas anchas, pubis depilado y unos grandes senos vencidos por la
gravedad, coronados por unos pezones oscuros y firmes. Esteban está paralizado,
incapaz de apartar la mirada de esa voluptuosa estampa. Ella sonríe
educadamente y se introduce en el baño turco. Él la sigue con cierto disimulo.
El
interior es cuadrado, con dos alturas y asientos de madera. Tiene cabida para
unas 40 personas, pero ahora solo hay nueve. Hay un denso y pesado olor a
eucalipto y una cortina de vaho que impide ver con claridad.
Esteban se coloca tímidamente en una esquina y se
mimetiza en el grupo. Hay seis hombres y tres mujeres. La mayoría se conoce
desde hace tiempo. Entre ellos prima la camaradería y la complicidad.
Manifiestan una exultante alegría. Ese cariño que se profesan también se
traduce en caricias. Si un hombre —o una mujer— tiene a su lado a alguien de
distinto sexo, no duda en abrazarle, tocarle o acariciarle. La actitud de los
allí presentes no da pie a pensar que esas muestras de cariño esconden alguna
intención sexual, es más, todos ellos lo niegan de manera categórica. Sin
embargo, en el contexto de una sauna con hombres y mujeres desnudos, con
permanentes caricias y miradas cómplices, el erotismo impregna con fuerza la
atmósfera.
Adanne
fue fundada por Mauricio Jaramillo,
abogado de profesión, junto a su esposa Doris, la actual tesorera, y un grupo
de amigos el 6 de junio de 2011. Su origen se remonta a 2009, cuando se realizó
en el parque Itchimbía la primera marcha nudista de Ecuador. Participaron
alrededor de 80 personas. Allí se gestaron pequeños grupos y asociaciones, sin
embargo, tan solo ha perdurado esta. Hoy, esta asociación nudista posee cerca
de 500 miembros. Formar parte de ella es muy fácil; tan solo hay que acudir
cualquier lunes (entre las 16:00 y las 21:00) a la sauna, su cuartel general,
donde se reúnen semanalmente cerca de 40 personas.
En
su interior se encuentra Doris. De mediana edad, piel morena, ojos grandes y
luminosos y espíritu risueño. Ella es la encargada de recibir a los novatos. Lo
primero que hace es darles la bienvenida. A continuación, les ofrece una visita
guiada —desnuda, por supuesto— por las instalaciones. Les enseña fotografías de
las actividades que realizan y, si todo va bien, les da el visto bueno para que
sean aceptados. Luego, basta rellenar un simple formulario con sus datos
personales y pagar una pequeña tasa de inscripción. El uso de las instalaciones
de la sauna tiene un costo de cinco dólares por día.
Acaba
de mostrar las instalaciones a otro joven —cerca de 70% de los que acuden son
hombres—, que comparte el rostro desencajado de Esteban. No existe una cifra
exacta, pero cada semana pueden acudir una o dos personas nuevas. Muchos
prueban, pero pocos finalmente se quedan. La mayoría de las ocasiones, según
explica Doris, los interesados llegan a través de su blog (adannecuador.blogspot.com)
o bien a través de la página de Facebook.
“No
existe ningún requisito. Únicamente que les guste practicar el nudismo, y que
sean respetuosos con el prójimo. Esa es la gran regla: el respeto”, explica la
tesorera con una de sus infalibles sonrisas. En cuanto a la posibilidad de un
desliz por parte de algún candidato irrespetuoso, Doris piensa un instante. “No
te voy a mentir, algún morboso hemos tenido, dos o tres quizás, pero fueron
expulsados de inmediato. Se detectan al momento”.
Un cliché acerca del mundo del nudismo es la
promiscuidad, las relaciones abiertas o intercambios de parejas. Doris se
muestra tajante: “Nudismo es compartir con otras personas una filosofía de
vida, que es el respeto por uno mismo y por el medioambiente. Aquí no hay sexo,
no hacemos nudismo liberal ni nudismo swinger.
Claro que, como en cualquier grupo, puede haber atracción entre dos personas y
nosotros no lo prohibimos”.
A
medida que transcurre la tarde, la actividad aumenta: llegan nuevos socios, se escucha
el ruido de alguien que se zambulle en la piscina, comentarios, bromas y sobre
todo muchas risas. Al fondo de las instalaciones, hay un pasillo que lleva a la
sala de hidromasaje. Es como un jacuzzi,
pero más grande. Es un lugar apartado de los demás, con poca luz, perfecto para
disfrutar de un poco de intimidad. En su interior, se encuentran ocho personas,
hombres y mujeres.
Luis
lleva muchos años practicando el nudismo. En su casa no puede hacerlo, debido a
la presencia de sus hijos. A su mujer tampoco le hace mucha gracia, así que
acostumbra venir solo. “Yo pienso que a los hombres que practican nudismo lo
que más les preocupa al principio es el tamaño del pene, si lo tienes más
grande o más pequeño. También está la cuestión de que se te pare, pero cuando
estás rodeado de gente, te olvidas de esos temas y normalmente no ocurre. A las
mujeres les cuesta más desnudarse, les preocupa la línea, tener un cuerpo
bonito y esas cosas, porque la sociedad ejerce más presión sobre la imagen de
la mujer que sobre la del hombre”.
En
este ambiente, el espacio es reducido y los cuerpos sumergidos bajo el agua
irremediablemente se rozan, las piernas de unos y otros se tocan puntualmente
sin saber bien su procedencia. Las caricias siguen presentes. Entre todos emerge
la figura de Blady, es homosexual y le gusta alardear de ello. Coquetea con los
recién llegados, acaricia a uno, juguetea con otro y hace continuas bromas,
todas sexuales pero sin maldad, como si fuera un adolescente pícaro y rebelde.
Cada broma es replicada por sus compañeros con risas fellinianas, cuyo eco
retumba en las paredes del sombrío lugar.
Adanne
es un grupo que se caracteriza por su dinamismo. En agosto van a celebrar por
segundo año consecutivo el Mes de las Artes Nudistas, con caminatas, exposiciones
fotográficas, charlas, ponencias y alguna que otra fiesta, nudista, por
supuesto. Además de reunirse todos los lunes, realizan un sinfín de eventos.
Básicamente, actividades cotidianas, pero sin ropa: asados nudistas,
excursiones nudistas, visitas a las playas nudistas, nochebuena nudista,
‘nudicenas´, carnaval nudista, conciertos nudistas, Día de la Madre nudista,
fiesta de disfraces nudista e incluso una fanesca nudista, a la cual fuimos
invitados.
Los
Pitufos se reunieron en el departamento de Lucy, que vive en un barrio a la
entrada del valle de Los Chillos. Así se autodenomina el núcleo duro de la
asociación. El nombre proviene del color azul de la indumentaria deportiva que
tienen, que utilizan únicamente cuando no les queda otro remedio que llevar
ropa. Antes de servir la cena, Lucy, de 34 años, piel tersa y prominentes
curvas, ultima los detalles. Con un gran cucharón remueve la fanesca con
paciencia, que se calienta en una gran cacerola. La única ropa que lleva son
sus zapatos. De manera infranqueable, alude a la mente alguno de los
calendarios eróticos que pueblan los talleres mecánicos de medio mundo.
A
la cocina, acuden Doris ‘Mamá Pitufa’ y Osita a preparar los platos. La escena
es digna de una obra de Rubens, con las turgentes carnes de las ‘Tres Gracias’
adueñándose del espacio. En la sala esperan hambrientos Mauricio ‘Papá Pitufo’,
Pancho, Santiago ‘Pitufo Cachondo’ —por obvias razones—, y Alberto, a quien
todos le llaman ‘Gargamel’. Son ocho en total.
La fanesca está lista. Sirven los platos acompañados
por masitas, huevo duro y maduro. Antes de comenzar el banquete, todos se toman
las manos y realizan una pequeña oración de agradecimiento. Comienza el festín.
Luego,
música. Unos bailan, otros toman cerveza, conversan, hacen bromas. El ambiente
es el típico de una fiesta de amigos, solo que sin ropa. “Para mí estar desnudo
es un sentimiento absoluto de libertad”, dice uno. “El nudismo es aprender a
aceptar tu cuerpo y a que los demás te acepten, es comprensión y respeto
mutuo”, responde otro. Todos coinciden en una palabra: libertad.
Todavía espera una última sorpresa. En una de las
habitaciones, está Fabián, quien lleva de farra desde la noche anterior. Se
arrastró como pudo hasta la casa para el evento y cayó rendido en uno de los
cuartos. Parecía que ya estaba muerto, pero a la tercera hora resucitó. Cuando
menos se lo espera abre la puerta con fuerza, totalmente desnudo, y vocifera
con voz grave: “Gracias totales”, recordando al difunto Gustavo Cerati.
Permanece
ebrio, pero aguanta el temple. A pesar de que la voz sesea, puede hablar. Tras
tres platos de fanesca, le vuelve el color al rostro. No deja de bromear y
bailar con todas las pitufas de la fiesta. “Yo soy Adán, y todas ellas son mis
Evas”, comenta con entusiasmo. Fabián, locutor de radio, está en la asociación
hace un año. En el candor de los tragos, cuenta su trágica historia. Unos meses
antes de entrar en Adanne, sufrió un accidente de moto en el que falleció su
novia. “Esto para mí es una terapia. Estaba solo y me sentía muy mal. Mauricio,
Diana y el resto me han adoptado como un miembro más de la familia”.
Como
decía Oscar Wilde, la vida es muy corta para andar tomando vino malo. Fabián
vuelve al fragor de la velada: baila con todas y todos, hace bromas sin dejar
de celebrar. La cena sigue encendiéndose. Cuando está en su mejor momento,
alguien timbra. Todos se paralizan. Lucy, la dueña de casa, acude a la puerta
con sigilo. No esperan a ningún invitado más. Es su hermano, que desconoce los
gustos de su hermana por la vida en cueros. “Hay que vestirse ya”, les dice a
los otros pitufos, que aguardan en el salón, inmóviles. Comienzan a vestirse
como si de repente sonaran las trompetas del Apocalipsis. Fin de la fiesta.
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