La “acción” también es un “trabajo”, pero no como medio de supervivencia sino como reflejo de la autonomía creadora del ser humano y, con ella, de su principio de libertad. Hannah Arendt propone la siguiente conclusión: “La pluralidad es la condición de la acción humana debido a que todos somos lo mismo, es decir, humanos, y por tanto nadie es igual a cualquier otro que haya vivido, viva o vivirá”.
Lo que hace que cada ser humano sea un ser distinto y único entre iguales es su capacidad de aprendizaje y la necesidad de dejar constancia del resultado de sus acciones: desde el descubrimiento de una nueva fórmula matemática hasta la construcción de un edificio; desde la elaboración de un alimento, hasta la fabricación de un útil de pesca. Y, entre todas esas acciones, una más es la de poder expresarnos a través de los códigos del lenguaje simbólico del Arte. Y dentro del Arte, la más relacionada con el cuerpo es la coreografía de gestos, posiciones y posturas que son capaces de originar la creación a partir del movimiento: el cuerpo como medio y fin en el arte de la Danza.
De entre los diversos temas que ha tratado Isabel Muñoz (1951) a lo largo de su obra, la Danza, en su vertiente artística, cultural y ritual, ocupa un papel relevante: Tango, 1989; Flamenco, 1989; Ballet Nacional de Cuba, 1995-2001; Danza Khmer, 1996; Shaolin, 1998-99; Masa, 1999; Capoeira, 2000; Danza cubana, 2001 y Ballet Víctor Ullate, 2001.
En todas estas series nos encontramos, al principio, con imágenes directas que nada cuestionan; son respuestas visuales donde compartir, con celeridad, el asombro y la seducción por la danza. La autora sabe “escuchar” el silencio del gesto, para traducir su “sonoridad” en imágenes de una estética clásica y sobria; la única posible para dignificar a la persona que comparte con la fotógrafa su experiencia ante la cámara. En ese sentido, podemos decir que sus fotografías cautivan por sugerir, desde su plasticidad formal, el movimiento y la música. Sin embargo, tras esa primera mirada, dejan entrever, también, diálogos internos que plantean preguntas sobre la creación fotográfica y las manifestaciones artísticas del cuerpo humano.
Al capturar la perfección de gestos y posturas que, en sí mismos, tienen la finalidad de concebir una belleza artística o ritual, la fotógrafa aborda uno de los retos de la creación fotográfica: de qué manera se puede crear a partir de una realidad que es, ya de por sí, Arte. Como respuesta a esa pregunta, podemos alegar, en una primera instancia, el sentido compositivo, el planteamiento de la luz, la combinación de formas, volúmenes y texturas como recursos que, en este caso, la autora utiliza con una capacidad visual innegable. Y, en segunda instancia, un aspecto primordial que está siempre presente: el lenguaje como base para exponer conceptos.
Isabel Muñoz centra su obra en el ser humano, tomando como referencia su cuerpo: “Lo cierto es que el cuerpo habla, y habla mucho…” En el conjunto de los trabajos mencionados anteriormente, se nos transmite un sentido de la perfección corporal que traspasa su integridad. No es la atracción por la estructura sino por cómo esa estructura puede llegar a ser maleable y, por consiguiente, efímera. La autora propone el gesto fugaz de un movimiento que, una vez creado, desaparece, como un instante de armonía visual. Capturar esa perfección es, en definitiva, hacer “hablar” al cuerpo desde su esplendor pero, a su vez, constatar que también nos “habla mucho” de sus limitaciones. Como ejemplo de los límites de la perfección creadora como parte de la condición humana, entre otras series posibles de la autora, existe una en particular –la realizada con la compañía de Danza de Víctor Ullate (1947)-, en la que ese principio se hace más presente.
Isabel Muñoz “desnuda” la realidad como desnuda a los bailarines que danzan delante de su cámara. El cuerpo aparece, así, en toda su brillantez, como un destello. Desde su desnudez originaria nos muestra la capacidad adquirida para crear belleza a través de la coreografía. Esa desnudez, además, adquiere otro sentido interpretativo. Desnudar un cuerpo es evidenciar que nada oculta, en apariencia, pero un cuerpo desnudo sigue “hablando”. La autora sabe que cualquier tema hay que “desnudarlo” para que surja su verdad con todos sus matices, los opuestos inclusive. Esos bailarines, capaces de crear una forma perfecta en su coreografía, sugieren, precisamente por su desnudez, las limitaciones que el tiempo acabará imponiendo sobre sus cuerpos: una carrera profesional corta debido a la pérdida progresiva, con la edad, de la flexibilidad, fuerza, resistencia y velocidad. Contrariamente a lo que ocurre en la mayoría de las disciplinas artísticas, en la Danza el tiempo no jugará a favor de los bailarines, sino en su contra. Sobre esta cuestión el bailarín Mikhail Baryshnikov (1948) expone: “Y aunque es cierto que no importa la edad que tengas cuando estás sobre un escenario, como decía Martha Graham, el cuerpo no puede mentir”. El cuerpo nunca puede mentir porque es la verdad, mientras que el lenguaje es sólo representación. En el saber conjugar esos dos valores de manera sincera –la verdad y el lenguaje- está la esencia del trabajo de Isabel Muñoz.
Fuente: Libro Corpografía. El cuerpo en la fotografía contemporánea (fragmento). Autor: Llorenç Raich Muñoz. Editorial Casimiro Libros. Madrid 2012.
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