La desnudez siempre ha sido algo aceptado en mi familia –confiesa Claudia, de 38 años–. Mis padres vivieron el 68 y nos educaron con una mentalidad abierta. Tuvimos la suerte de crecer cerca del mar, en una época en la que las playas vírgenes aún existían y nos bañábamos desnudos. Pero con la misma facilidad con la que podíamos quitarnos el traje de baño, nos lo poníamos: no había tabúes entre nosotros, pero tampoco se hacía apología del nudismo”. Vivir la desnudez con naturalidad como Claudia, sin ostentación, sin exhibicionismos, pero conservando un cierto pudor sin mojigatería, es el sueño de muchos. Sobre todo cuando se empieza a tener hijos y surgen mil dudas en los nuevos padres, preocupados por darle la educación más adecuada: ¿le educo como me educaron, inculcándole cierto conservadurismo? ¿Me muestro desnudo delante de ellos para que no se acomplejen con sus cuerpos? ¿Se sentirán violentos? ¿Qué es lo mejor para los niños cuya personalidad se está formando?.
Evitar el voyerismo
“Para el niño pequeño, la desnudez es algo natural. Somos nosotros, los adultos, los que la asociamos con la sexualidad. A ellos les encanta correr sin ropa por la casa, les hace sentirse más libres y cómodos. La ventaja de ver desnudos a los padres, cambiándose de ropa o duchándose, hace que los niños adquieran una noción de cómo es el cuerpo humano de una manera natural y espontánea. Un ambiente demasiado restrictivo puede llevar al voyeurismo”, explica la psicóloga clínica e infantil Coks Feenstra.
Con respecto a la desnudez, los niños pasan por diferentes fases: para un bebé es saludable estar en contacto directo con sus padres, piel con piel, pues favorece su desarrollo psíquico, emocional y sensorial. Este contacto hace que el pequeño se sienta acogido, reconocido, amado. Entre los 2 y 3 años, empieza a fijarse en el cuerpo de sus padres y a compararlo con el suyo. En esta fase es normal que alguna vez toquetee el pecho de su mamá o el pene de su papá, movido por la curiosidad, pero sin connotación sexual. “Es el momento de explicarle las diferencias que hay entre el cuerpo del hombre y de la mujer “mamá tiene pechos porque es una niña” y de ponerle límites a sus exploraciones “Sí, éste es mi pene, pero no quiero que lo toques, es algo privado”, señala Coks. La imposición de límites en torno al cuerpo le permite comprender que existen una barreras entre lo compartido y lo privado. Que entienda esto garantiza su bienestar psíquico y emocional, explica Feenstra.
Desnudez impuesta
Hay padres, como Andrés, de 41 años y padre de gemelos de 7, a los que no les preocupa que sus hijos les vean desnudo: “Puede ocurrir que yendo desnudo de mi habitación al cuarto de baño me cruce con mis hijos, pero francamente, no parece que les traumatice mucho verme así. Lo que sí que no se me ocurriría es sentarme a mirar la televisión sin ropa: una cosa es que te vean desnudo de manera ocasional y otra muy distinta vivir desnudo”.
Este es un matiz muy importante, como señala la psicóloga clínica Isabel Bianchi: “El desnudo ocasional no es una exhibición de uno mismo, sino una manera de recordarnos que también existimos, aunque estemos sin ropa”. Sin embargo, el desnudo habitual, impuesto, mostrado, es una agresión porque implica una negación del otro. Es una manera de decir: “Te sientas como te sientas, hago lo que quiero”. Es esta postura la que resulta violenta para el niño que está en plena construcción psíquica y que deberá entonces lidiar sólo con sus sentimientos de vergüenza, de malestar, de culpabilidad. La falta de pudor es eso: imponerle a alguien lo que no está capacitado para rechazar. Además, no olvidemos que, como dice Coks Feenstra “somos púdicos por naturaleza”.
El pudor de la adolescencia
Este pudor se hace más patente cuando el niño entra en la adolescencia. Es un período en el que el cuerpo se transforma, se desarrolla, aparecen las primeras atracciones físicas, surgen los complejos… El adolescente anda a la búsqueda de su propia identidad, es más consciente de la diferencia generacional que hay entre él y sus padres. No es de extrañar que si hasta ese momento nuestro hijo mostraba su desnudez más o menos abiertamente, empiece a esconderla. Eso cuenta Malena, de 45 años, madre de una niña de 16 años: “A los 13 años, dejé de ver un solo centímetro del cuerpo de mi hija Lucía. Por primera vez en todos estos años, el que la pudiéramos ver desnuda era algo que la hacía sentir extremadamente incómoda”. En esta fase de su desarrollo, los cambios del cuerpo producen complejos y pueden llegar a desestabilizar. Es cuando el cuerpo desnudo de un adulto es percibido más que nunca como una agresión. A los adolescentes no les gusta nada ver a sus padres desnudos: se sienten incómodos porque lo asocian con la sexualidad que están empezando a descubrir y que quieren conocer fuera de su hábitat familiar. Los padres deberán respetar este cambio y dejar de tratar al hijo como si de un niño se tratara: “Aunque se haga de forma inconsciente, el que la madre o el padre adopten con su hijo/a un comportamiento seductivo puede crear mucha desestabilidad en el hijo”, avisa Isabel Bianchi.
Fuente: Elle.es. 29-10-2009.
www.infonudismo.wordpress.com
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