Pasamos un día como Dios nos trajo al mundo en el único hotel nudista de España. Está en Vera, Almería, donde los naturistas hasta han formado un partido político
Tú piensa que estás en un vestuario... ¡y ya está!». Es el consejo animoso del gerente del hotel nudista Vera Playa Club (Almería). La cara de susto delata al visitante. La primera imagen al cruzar la puerta ha sido la de un guiri en mitad del hall consultando su Blackberry. La sorpresa no te asalta porque sea un móvil de ultimísima generación... No. En el teléfono ni te fijas. Te quedas con que el fulano solo lleva puesto el móvil, sus gafas... y unas chanclas.
Lo del vestuario es muy fácil decir. Pero el propio gerente predica con el ejemplo... pero vestido. Como soltaba aquella, una cosa es contarlo y otra, vivirlo. Eso no es tan sencillo. No es lo mismo caminar como Dios te trajo al mundo desde la ducha hasta la percha donde te espera la ropa, entre personas de tu mismo sexo, que hacerlo por un pasillo entre hombres, mujeres y niños. Todos en cueros. En cueros por la recepción. En cueros en la peluquería. En cueros comprando el periódico en el quiosco, jugando al mini golf con unas cuantas bolas, tomando una caña en la terraza de la piscina o tostado al sol en una tumbona con nada más en el cuerpo que la crema protectora.
La primera media hora en el hotel Vera Playa Club se la tira uno como un tigre recién llegado a una jaula. Enclaustrado en la habitación, paseando arriba y abajo, contemplando las carnes ante el espejo, como si fuera la primera vez que se las echa a la cara. Probando qué tal con la toalla liada, qué tal con el bañador, qué tal sin nada... Los prejuicios y vergüenzas pesan mucho. Hasta que uno se repite aquello de «donde fueres, haz lo que vieres». Así que, ¡valor y al toro!...
No hay otro paraíso del nudismo en España como el Vera Playa Club. Es el único hotel del país (desde 89 euros) que permite a sus clientes ir sin ropa por todo el establecimiento. Aunque toda Vera es un lujo para los que adoran ir 'a pelo'. Aquí está el Natura Vera, uno de las mayores urbanizaciones naturistas de Europa, y aquí nació el primer partido político nudista nuestro país. Concurrió a las últimas municipales, pero no logró ningún concejal.
Eso sí. En el hotel hay límites. De ocho de la tarde a ocho de la mañana hay que ir vestidos. Antes no existía ese veto, pero los propios clientes lo decidieron en votación. «Se hizo una especie de referéndum entre los residentes. Y ganó el sí a la ropa. Supongo que sería por las ganas de lucir los modelitos de noche», recuerda el gerente, Diego González. Y el restaurante es siempre zona 'textil', como llaman los naturistas a los lugares convencionales. A comer, tapaditos. «Es una cuestión de higiene», justifica Diego, que empezó como ayudante de recepción y lleva tres años al frente de un hotel abierto desde 1989.
-¿Y usted por qué va vestido?
-El personal va con ropa por una mera cuestión de distinguir entre clientes y empleados.
Camareros, recepcionistas y señoras de la limpieza son los pocos que lucen uniforme. La piscina es el único terreno vedado a la ropa. Obligatorio lucir palmito. Solo los socorristas van vestidos. Hasta los animadores del hotel trabajan aquí a calzón quitado. Gimnasia, tiro con arco, bolos y otras actividades a pelo. Aunque entre los naturistas se lleva la depilación integral. En ellos y en ellas. Incluso tienen concurso de belleza. Se celebra este fin de semana. Miss Vera Playa. Participan los clientes. Empiezan con ropa. Terminan sin ella, claro... Los niños (hay casi 40 alojados) son unos espectadores más. «Lo ven con naturalidad. Vienen aquí desde pequeñitos. Y cuando los concursantes empiezan a ponerse 'picantes' y a quitarse prendas, los niños directamente se lían a jugar y se olvidan del desfile», aclara el gerente.
«¡Un hombre desnudo!»
No hay un perfil definido para el naturista. Sí abunda la edad media-alta. Pero en el Vera Playa Club hay de todo: familias, parejas, 'singles', heterosexuales y gays. Durante la temporada baja es mayoritaria la presencia de extranjeros. Un millón y medio de foráneos visitan España cada año para practicar nudismo. Pero en verano manda el 'despelote' nacional. De los 400 huéspedes alojados (hay 540 plazas) estos días en el hotel más fresco del país, un 60% son españoles. Y eso que en nuestro país 'solo' hay unos 30.000 naturistas habituales (500.000 si hablamos de la práctica esporádica). Pero el sofocante calor almeriense de julio y agosto acaba siendo demasiado para los guiris.
El recién llegado sigue en la habitación. Aún se lo piensa. Contempla los toros desde la barrera. Otea en la terraza el panorama de cuerpos desnudos en la piscina. El novato se hace a la idea de bajar con una toalla liada a la cintura. Poco a poco... Oye una cama arrastrarse. Será en la habitación de arriba. Un joven en silla de ruedas cruza el jardín sin más prenda que una gorra. Una pareja de ancianos se ayuda a andar mutuamente hacia el agua. No hay barreras para el naturismo. Otro ruido de cama arrastrada. El visitante mira hacia su cuarto. ¡Hay una mujer en su habitación! «¡Uuuhhh, no sabía que estaba aquí!». María Dolores ha entrado sin llamar a hacer la cama. Aquí son absurdas las precauciones para no pillar al huésped en cueros. María Dolores lleva 20 años como señora de la limpieza. Al principio iba de acá para allá mirando bustos. «Me decía, ¿no tienen complejos de esos cuerpos, con la vergüenza que tengo yo de culo gordo?». Ahora hasta se siente rara yendo en uniforme. Es casi ya una naturista conversa: «Yo ahora veo una tontería eso de bañarse con bikini o bañador y que luego te moleste todo mojado...». El desparpajo de María Dolores anima al recién llegado. Empuña el picaporte de la puerta. Se aprieta la toalla liada. Pone un pie en el pasillo. La puerta se cierra...
La vergüenza del visitante no es la primera en el Vera. En el hotel aún recuerdan los casos de muchos visitantes que llegaron de noche, cuando todo es tan normal y tan tapado, y al alba descubrieron dónde se habían metido... La denominación de 'naturista' que luce el establecimiento en la entrada invita a la confusión. «¡Hay un hombre desnudo por el pasillo!», fue el grito que lanzó en recepción hace tiempo una de estas espantadas turistas.
Bernard y Rafa son la otra cara de la moneda. Belga el primero; conquense el segundo; y los dos veteranos en esto de lucir pompis. Bernard está recién jubilado. Sonríe rojo como un tomate en una hamaca junto a la piscina. Acaba de entrar desde El Playazo, una de las primeras playas nudistas de España, a la que el hotel tiene acceso directo. Ni rastro de blanco en su cuerpo. Lleva 15 años viniendo cada verano a Almería. Su equipaje, un bolso de mano: apenas con dos mudas de ropa interior, dos pantalones y dos polos. Y le sobra.
-¿Y qué hace uno si ve una mujer atractiva y la naturaleza hace su trabajo...?
-¡No problem! ¡The water is very cold! (¡Sin problema! ¡El agua está muy fría!).
Bernard termina su explicación con una sonora risotada. Y una moraleja: «¡¡Thaaaat's life!!» (¡¡Así es la vida!!)
«Hace diecisiete años se identificaba naturismo con sexo». Rafa es profesor y lleva ese mismo tiempo, en el que todo tanto ha cambiado, haciendo cada verano el mismo camino desde la seca Cuenca al húmedo Vera Playa. Antes ya hizo nudismo por Europa. Aguarda en recepción a su mujer, Elena. Vestido. Van a dar un paseo por la 'textil' calle. Su hijo mayor casi nació aquí... A punto de cumplir la mayoría de edad, ahora comparte una habitación con amigos. El naturismo se hereda. Y a sus 47 años Rafa no ve más que ventajas en este plan: «¡Mis hijos no me dejan ir a otro sitio! Es relajante y familiar. ¡Y lo limpia que vuelve la ropa a casa! ¡Ah!, y no veas la mayor ventaja... ¡A cualquier viaje la parienta carga con cuatro maletas y aquí, una para todos!». Y carcajada al canto.
El visitante camina cauto por el pasillo. Sigue con la toalla a la cintura. Le bastan dos miradas. La de una niña que le observa raro por ir tapado y la de una señora de la limpieza que incluso se asusta. Empieza a entender que a uno lo miran cuando no va desnudo. Y no al revés. La clave definitiva se la dan Fran y Mari Lu junto a la piscina. Veinteañeros, animadores y en cueros. Fran luce tan normal pese a llevar solo tres semanas aquí. «Al principio te da algo de 'yuyu'. Pero, ¿sabes? Enseguida te das cuenta de la gente te mira a la cara. Directamente a los ojos. Eso se está perdiendo mucho fuera...». Mari Lu asiente a su lado. Ella lleva ya tres años animando en cueros. Aunque algunos no lo entiendan... «Mi novio no hay manera de que se ponga sin ropa». La cordobesa echa chispas. «¡Con lo agustito y cómodo que se está!».
No hay más que hablar. Al toro. El visitante fija la vista en una hamaca. Su refugio. Fuera toalla. Y se tumba. Al principio casi ni respira. Hasta que descubre que una inglesa rubicunda dormita al lado. Que otro turista lee ausente a Ken Follet. Y que dos niños chapotean a la suya a unos tres metros. Ni de reojo lo miran. ¿Tan poco destaco?, se pregunta con orgullo herido. Comprende que es uno más. Se crece. Se pone en pie, quieto como un palo. Nadie lo mira. Carrerita y al agua. Esa agua protectora... El frescor de unas brazadas a pelo es inenarrable. Sale y la carrera hasta la hamaca es esta vez más acelerada. El frío todo lo encoje... Toca una cañita. Camina hacia el bar. Se sienta en la terraza, con la toalla sin anudar pero disimulando lo que puede. Se distrae observando a su alrededor. Cada uno sigue a lo suyo. El camarero tarda. Así que se levanta a por la cerveza. Se acoda en la barra, ausente. Y un escalofrío le recorre la espalda cuando recuerda un detalle: la toalla sigue en la silla... Está hecho. Culo al aire. ¡¡Thaaaat's life!!
http://www.diariosur.es/v/20110807/sociedad/vacaciones-pelotas-20110807.html
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